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Mohamed Chukri | Crítica
Mohamed Chukri. Hambre de escritura. Rocío Rojas-Marcos. Zut. Vidas Térmicas. Málaga, 2021. 96 páginas. 9,76 euros
Autora de dos valiosas aproximaciones a la moderna historia de la "puerta de África", Tanger, segunda patria (2018) y Tanger. La ciudad internacional (2009), la también poeta Rocío Rojas-Marcos rastreó en esos libros el mito y la memoria literaria de un enclave famosamente cosmopolita al que estuvieron vinculados muchos escritores heterodoxos, incluidos españoles como Carmen Laforet, Ángel Vázquez o Juan Goytisolo. Pero ese mito, como dice ella misma, "ensombrece la verdadera riqueza social y cultural" de la ciudad del Estrecho, con la que famosos expatriados como los Bowles e ilustres visitantes como Truman Capote o Tennessee Williams, además de los integrantes de la Beat Generation, mantuvieron una relación ambigua. Sin dudar del genuino interés que sintieran por el país y sus habitantes, no dejaban de ser, también los residentes, forasteros distinguidos, y por eso es conveniente contrastar su mirada con la de quienes conocieron el rostro menos amable de la "ciudad de las maravillas".
Lo hace la misma Rojas-Marcos en esta biografía de Mohamed Chukri, que tuvo un contacto muy estrecho con los protagonistas de aquel mundo perdido pero a la vez había conocido –y reflejó como nadie– la vida de los desheredados. Siguiendo de cerca lo que el propio escritor contó de sí mismo, que fue mucho, especial pero no únicamente en su impresionante trilogía autobiográfica, la autora ha escrito una breve e intensa semblanza donde recrea el insólito itinerario de un paria que llegaría a convertirse, gracias a su determinación y a su talento, en uno de los grandes narradores marroquíes del siglo. Nacido en una aldea del Rif, cerca de Nador, en la época del protectorado español, Chukri hablaba muy bien el castellano, pero fue analfabeto hasta los veinte años y cuando aprendió a leer y a escribir optó por el árabe marroquí –su idioma nativo era el rifeño– como lengua literaria. Tuvo una "infancia sarnosa", marcada por la pobreza severa, el hambre y la crueldad del padre, un desertor del ejército que se estableció con su familia en Tánger y después en Tetuán. Siendo niño, vio como ese padre mataba con sus propias manos a su hermano –de Chukri– en un rapto de ira, crimen que el futuro escritor no olvidaría nunca. Criado en un "ambiente viciado de violencia y sinrazón", fue un "niño sin infancia", obligado a trabajar o a trapichear desde edad muy temprana.
Ya solo, el muchacho volvió a Tánger, su "único hogar", con dieciséis años, donde se buscó la vida recurriendo a la prostitución, la mendicidad o el contrabando, alternando entre los "profesionales del vicio". Después de cuatro años malviviendo en la calle, durmiendo en el cementerio o en los burdeles, decidió estudiar en la escuela de primaria de Larache, y será ese giro –un "nuevo nacimiento"– el que divida su trayectoria en "dos memorias", antes y después de un hallazgo capital, el descubrimiento de los libros, que cambiaría su forma de ver el mundo. Se lo tomó como un desafío, según explicó él mismo y consigna Rojas-Marcos, como una "venganza por la vida que le habían arrebatado". Del deseo de aprender surgió el de ser escritor, un camino de redención para el "hijo de las chabolas y del muladar humano". Leyó de manera obsesiva e intentó llevar una vida estable de profesor, pero la grieta, escribe la biógrafa, era demasiado profunda. Pese al éxito internacional, no renunció a la malandanza ni dejó de ser un "hombre roto". Del más completo desarraigo, extrajo una "libertad plena".
Chukri compartía la rabia y la radical honestidad de Genet, que hablaba "el mismo lenguaje callejero de la supervivencia". Más aún que el francés, el tangerino, pues como tal se reclamaba, tenía un "orgullo férreo" e inexpugnable, la dignidad de quien habiendo conocido la miseria más profunda se sabía de la estirpe de los marginados. La biografía aborda también la problemática relación con Bowles, a quien Chukri había llamado "su segundo padre". Y la turbulenta recepción de su obra en el mundo árabe. El narrador, dice la autora, no se inventó nada, todo lo había experimentado o sufrido. Su desapego, que era como una coraza, encubría un trasfondo de ternura. Desde la estricta fidelidad a la vivencia o el recuerdo, mostró sus heridas, que eran y son las de los miserables de la tierra, sin metáforas ni eufemismos.
Entrega inaugural de la gran trilogía que continuaría con Tiempo de errores y Rostros, amores, maldiciones, la ópera prima de Chukri, cuyo título en castellano, El pan desnudo, traducía la versión francesa y ha pasado a ser El pan a secas por insistencia de Juan Goytisolo, tiene una historia editorial fascinante. El libro se publicó por primera vez en inglés (For Bread Alone, 1973) gracias a la intercesión de Paul Bowles, que tradujo a esa lengua los capítulos que el autor le iba leyendo en español. A juicio de Rojas-Marcos, no hubo –no se conoce– un original en árabe propiamente dicho, sino un mero guion, hoy perdido, del que se habría ayudado el narrador para componer su texto sobre la marcha. En cualquier caso, como resalta la biógrafa, lo importante es la naturaleza oral del relato y de la literatura de Chukri, escrita en un registro no estandarizado, trufado de palabras rifeñas o españolas que le dan a la lengua un carácter híbrido e intransferible. El estilo seco, directo y descarnado de Chukri, volcado "desde las tripas", subvirtió el canon al describir la realidad sin velos ni adornos, dejando al margen lo que su amigo el escritor y crítico Mohamed Berrada ha llamado "lo etéreo de la retórica".
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